Prospecciones geofísicas

Además de los tipos de prospecciones mencionados anteriormente existen otros dos tipos: geofísicas y geoquímicas. Las primeras se basan en introducir energía eléctrica en el subsuelo y medir sus alteraciones y la intensidad del campo magnético terrestre. Hay tres métodos diferentes:

Conductividad eléctrica de la tierra: se basa en que existen algunos materiales que ofrecen mayor resistencia que otros, se mide estas posibles alteraciones de la curva. El grado de conductividad de la corteza terrestre varía y por ello es posible detectar irregularidades en la estructura del subsuelo. El problema que plantea es el de que dichas alteraciones pueden reflejar objetos enterrados, pero no siempre éstos serán arqueológicos. El procedimiento es bastante simple: se introducen en el suelo cuatro electrodos a los que se acopla un contador de resistividad y se hace pasar por ellos una corriente eléctrica. Hay que añadir que, a mayor humedad del suelo, menor es la resistencia que presta a la corriente eléctrica. En la imagen se puede ver una tomografía de la resistividad eléctrica, donde los colores mas vivos reflejan un nivel de densidad mas elevado.

Campo magnético terrestre: se basa en el Arqueomagnetismo de un material, que es el conjunto de propiedades magnéticas de dicho material, resultante de una transformación física que ha actuado en el pasado, fijando en los materiales considerados los parámetros del campo magnético del lugar donde se encuentran, en el instante de su transformación. Como el campo magnético terrestre ha evolucionado en el transcurso de milenios en inclinaciones y declinaciones, se puede datar un material arqueomagnéticamente si no ha cambiado de sitio y si se conocen del lugar de aparición las curvas de variación del campo magnético o lo largo del tiempo. Esta transformación hace intervenir al calor, por ello el Arqueomagnetismo también es conocido con el nombre de Termorremanencia, manifestándose en tierras quemadas y rocas volcánicas (óxido de hierro), y también en hoyos y zanjas, estructuras que producen distorsiones del campo magnético terrestre, pero no en este caso por su contenido en hierro, sino porque la susceptibilidad magnética de su contenido es mayor que la del subsuelo circundante. Dichas variaciones pueden ser consecuencia, además, de la existencia de estructuras enterradas que, o fueron calentadas en su momento (cerámicas, hornos, hogares...), o bien alteradas y removidas. Los aparatos utilizados son los llamados magnetómetros, que pueden ser de protones o de flujo, y los gradiómetros e, incluso, los detectores de metales. El magnetómetro es un simple sensor, rodeado de una bobina eléctrica, y conectado por un cable a un cuadro electrónico. Es muy fácil de usar. En la imagen se puede ver un buzo utilizando un magnetómetro acuático.


Por último, la combinación de ambos métodos es lo que se conoce como prospección electromagnética. Su dificultad radica en que solamente detecta 1,5 metros de profundidad. El detector electromagnético fue ideado por los militares para descubrir las minas y es capz de detectar todo objeto magnético, no solamente metálico, sino también objetos cerámicos, tejas, ladrillos, piedras ferruginosas, etc. Pero no tiene mucho uso para la búsqueda de yacimientos subacuáticos.

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